lunes, 5 de agosto de 2013

La niña de Vespucio con Bilbao

Cuando yo aun jugaba a las escondidas te conocí.
Tú, un par de años menor que yo, comenzabas a palpar la crudeza de la calle.
Era el tiempo de las micros amarillas y cada tarde, de vuelta del colegio, te veía en la misma esquina.
Aquella que fuiste haciendo tuya poco a poco.
Inviernos, otoños, primaveras y veranos pasaron, dejé el colegio para entrar a la universidad y ya sentía que te conocía, aunque seguía pensando que ese no era tu lugar, a pesar de tu insistencia en hacerlo tuyo.
Te desenvolvías en él con total naturalidad, eras parte del paisaje e inevitable punto de detención de mi mirada, que tras la ventana de la micro, iba detectando cómo el rostro se te hacia más moreno, cómo comenzaban a surcarte las arrugas a tan temprana edad.
Pasaron los años ... nunca jugaste a las escondidas, no fuiste al colegio, ni mucho menos a la universidad, pero ahí estabas:
Morena, delgada, el pelo tomado, de brazos largos y piel agrietada por el sol, siempre sonriente al minuto de acercarte a golpetear la ventanilla de algún auto para que te dieran una moneda, sin quererlo le dabas algo de inocencia a esa esquina frenética, en la cual probablemente nadie más reparaba, pero para mi, no eras solo parte de mi camino, sino alguien que sin quererlo me hiso admirar su fuerza luchadora, su constancia, y sus ganas de salir adelante.
El día en que dejes esa esquina, probablemente sea el día en que hayas encontrado un mejor pasar, sin embargo, para mi  esa esquina no sería lo mismo sin ti.


Constanza Cerda Gosselin