Cuando nació, su pequeña figura apenas sobrepasaba el contorno de una de las manos de su padre.
El doctor que en esos años ayudó a su madre a traerla al mundo, les advirtió con poca esperanza que la niña viviría no más de una semana.
Y así fue.
Vivió la semana más larga que alguien hubiera vivido jamás.
El día lunes lo dedicó por completo a patalear cuando algo no le parecía, a llorar cuando era incomprendida y a jugar con los primeros juguetes que le llegaron de regalo, los probó todos aunque eran apenas dos, y heredados de sus hermanas mayores.
El día martes decidió darle vida a una de sus muñecas de trapo, la sacó a pasear al patio, jugó con ella al sol haciéndola bailar como bailarina de ballet. Esa misma tarde esperó a que llegara su padre y jugó con él y sus hermanas a las escondidas. Como siempre se escondió detrás de la ventana, y su padre haciéndose el desentendido la pillaba sin que ella se diera cuenta, ella era la favorita.
Al otro día, no tuvo más opción que dedicarse a las labores domésticas, debía barrer, planchar, y cocinar. Cuando terminó aquello su padre le insistía en que debía cocer, tejer o bordar. Labores que no le eran del todo amigables y que muchas veces discutió con él, sin embargo la insistencia era intransigente. Él quería hacer de ella la mejor mujer, porque la tuvo en sus manos cuando nació y la vio pequeña como floreció, sabiendo que tendría una corta vida.
El jueves salió a bailar con su vestido más bello y conoció a un hombre casi veinte años mayor que ella que la quiso mucho, desde que la vio por vez primera. El hombre la tomó de la mano y frente a toda la familia le pidió casarse con el. Así fue como pasó de ser soltera a ser casada teniendo apenas cuatro días de vida.
El día viernes, habiendo amado al único esposo que tuviere durante su vida, dió a luz a sus hijos, les puso zapatos, vestidos a ellas, sombrero a él y los acompañó al colegio y luego a la universidad. Para ese entonces su esposo ya no la acompañaba, pues falleció ese mismo día.
El sábado era su día favorito y lo aprovechó de sol a sol, lo tenía dedicado a sus nietos y nietas: los llevó de paseo, les regaló dulces, les tejió chalecos e incluso les enseñó algunos pasos de ballet que hasta pudo mostrarle a sus bis nietos. Esa tarde les hizo papas rellenas tal como se los hubiere prometido ese mismo día, celebró con hermosos regalos los cumpleaños de cada uno y les contó sus cuentos favoritos antes de dormirse.
El día domingo era el día de la misa, habiendo ya pasado toda la semana y habiendo vivido tantos momentos felices, se vistió para la ocasión: se puso el sombrero, su vestido favorito, se maquilló suave sus mejillas, tomó el rosario entre sus manitos temblorosas y se acostó en torno a las velas, rodeada por toda su familia, en la capilla de la iglesia.
Ese fue su último día de vida, después de una semana larga.
Que había durado casi casi noventa años.
A mi abuelita, con amor.
Constanza Cerda
No hay comentarios:
Publicar un comentario